La chica del baile.
Y allí estaba,
había aparecido sin que nadie la
llamará,
pero todo el mundo sabía,
que ella era ella, y la sala
enmudeció.
Primero miró a todos,
luego entró directa,
y vino a sacarme una sonrisa,
dándome billete a sacarla algo más,
o algo más de lo que sentirme
orgulloso.
Y sacándola a bailar,
se me hizo el orgullo de oro,
mirando a todos los que sabían,
que ella era tan mágica,
como sólo eran las historias de su
abuela en la infancia.
Bailamos pegados,
tan juntos que nos salieron costuras,
con redoble de cable de acero,
imposible de separar ni para que pasase
el viento,
tan bien hilado como el traje nuevo del
emperador,
que a diferencia de los vestidos caros
que le regalo,
es el atuendo con el que más nos gusta
tocarnos.
Pasaron horas,
aunque en realidad fueron segundos,
y cada segundo una eternidad escrita a
mano.
Bailamos tanto,
que el suelo se aprendió nuestros
pasos,
las paredes se quedaron con nuestro
olor,
y las sabanas de la cama con tu forma
cuando me abrazas,
y un par de pelos que te arranqué
mientras te mordía las orejas.