Fuego.

Demasiado fuego dijeron,
Todo se quemaba,
todo ardía conviertiéndose entre un humo blanco
parecía la purificación, el perdón de un Dios distinto o la magnitud de la muerte que se arrepiente de lo que está haciendo.
Todos tus recuerdos, todos nuestros muebles,
El sofá donde te sentabas,
la mecedora que hacía suficiente ruido como para no dejarme escuchar la radio,
las sabanas con tu olor impreso después de tantos años.
Aquella silla,
donde nos conocimos aquella mañana,
cuya madera había empezado a contar los años que llevabamos juntos en círculos,
como si lo nuestro fuese algo tan natural como la misma naturaleza,
y se pudiese medir por estratos y anillos en los árboles.
Todo ardía,
todo se moría,
todo se calcinaba y yo no dejaba de llorar,
de clarmarle a dios la tormenta de Noe.
"¡Tiralá!" gritaba,
"mátame a mi, ahogame, arrastrame contigo o al abismo,
pero salva la esencia de ella."

El mundo se desplomaba,
se caía desde los cimientos con la seguridad de que nunca volvería a pavimentarse.
Tu ya no estabas,
la realidad se había vuelto de papel
y mis lagrimas había desatado un fuego irreal,
imaginario en verdad,
pero tan real para mi corazón dolorido
que me ahogaba por el humo,
Moría incapaz de respirar,
 la tragedia de quemar mi existencia sin la tuya
ser solo el polo opuesto que ya no tiene a que atraer y se bipolariza a si mismo,
se parte y estalla,
se quema,
y con ello todo lo demás.
Ahora cartulina,
antes realidad.
Ahora ceniza.

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