Mi poesía.

Cuando escribo,
Me rajo el cuello,
Con un cuchillo de sierra de cortar el pan,
dejando que de la aorta 
salga toda la sangre que necesito para escribir.
La tiro sobre el papel
y dejo que todo lo empape.
Vomito y me muero.
Me suicido en cada poema
y me desnudo tanto
que cuando me miro en el espejo
no tengo huesos,
ni piel,
ni alma.
Está toda en el papel
con mis tripas, mis cicatrices y mis pulmones.
Clavados con astillas en un cuaderno marrón.
Mis ojos y mis manos,
Rotas, destrozadas,
seccionadas en pequeñas píldoras.
Arrojadas sobre un folio.
Puestas amargamente,
en las letras.

Mi poesía
no son más que uñas arrancadas,
y una colección de corazones rotos,
de corazones atravesados
de ventrículo a versículo,
pasando por un mal verso,
y una tortuosa decisión de separarse.
No hay vuelta atrás,
cuando te has desgarrado los talones
intentando andar hacia delante.

Mis poemas,
son obras caducas,
de quien soy cuando los escribo,
hoy soy eterno, mañana una mierda,
y pasado un payaso.
Uno que no es divertido, 
un triste, muy triste,
profundamente triste y arraigado.
Tan solo, 
como para escribir poesía,
poesía muy triste, muy triste,
que intenta ser graciosa.
Pero yo sigo siendo un payaso,
y no quiero serlo
vuelvo a escribir,
me vuelvo a rajar,
a quitarme la ropa,
y la piel y las entrañas y las costillas,
y sin maquillaje,
vuelvo a escribir otra mierda
de quien soy
y quien no era.
Porque sigo parado,
intentando componer un poema
que me salve
o me tire a un lado.

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