Mayo II

No vale morirse.

No vale morirse,
se dijeron una y otra vez
mientras se amaban como locos
luciendo a la luz de el sol
un amor que germinaba la primavera.
Evitando cualquier otra cosa
que no fuera la cordura que sólo trae el amor
sobre un mantel, en un bosque,
un fin de semana de esos que se graban a cuchillazos y con dulzura en un árbol.

Ella solía abrazarle,
y le protegía de miedos,
de esos que sólo existen cuando piensas en ellos
pero que son tan reales
como los monstruos debajo de la cama,
o las deudas,
o que las cosas que quieres, un día te levantes y no estén.
Miedos profundos, humanos
miedo a la muerte o la enfermedad
o una sedación irreversible.

Y él la abrazaba de vuelta,
mirando como pasaban los trenes y aviones
y contando como algún día montarían ellos,
recorriendo a la velocidad del tiempo,
cualquier distancia
dándose besos en cada estación,
un arrumaco en cada puerto elegido por propia voluntad y no por suerte.
Una canción de amor por cada vía de tren cruzada,
por cada taxi a otro estado donde seguir una odisea que no tiene
que regresar a los brazos de nadie.
Por cada polvo de unas vacaciones inacabadas eternamente,
porque siempre serían buenos tiempos mientras estuvieran juntos.

No vale morirse,
se dijeron una y otra vez,
y entre repetirlo y reiterarlo y en abrazarse y reiterarse,
ella ya se quedó sin pelo.
Y él empezó a llorar para vaciar el alma,
porque así se le vacía el alma
y porque llorando duele menos durante un rato.
Pero no vale morirse,
le dice mientras están en el hospital.
Claro que no, promete ella.
no vale morirse,
no vale irse,
no vale no estar,
no vale no ser ni ser otra cosa.
No valen realidades paralelas,
ni juegos de palabras donde no encajen nuestros nombres,
no vale no tener más besos
ni más veces de tenernos desnudos
enroscados como serpientes
entrelazando las piernas a modo de juramento.
Pero que no valga no quiere decir que no suceda.

Que la vida te hace trampas.

No vale morirse,
pudieron decirse tantas veces
como él la echo de menos ese verano,
que no supo a verano ni a invierno ni a estación.
Y al final tampoco cogió ningún tren.

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